Hace unos días coincidí con unos vecinos al llegar a casa. Había estado lloviendo durante casi todo el día, pero en ese instante apenas caía una ligera llovizna. Los vecinos de la casa de al lado son una pareja joven, que tienen una hija de unos 5 años, que nada más bajarse del coche fue corriendo a saltar sobre una balsa de agua enorme que quedaba en medio de la calle, con la pertinente reprimenda de la madre, y el posterior cabreo de la hija (creo que no se echaba a llorar porque su pequeño pero creciente orgullo le impedía hacerlo en presencia de “extraños”).

Entonces pensé que aquello era de lo más normal. A todos nos han reñido nuestros padres por saltar a un charco, salpicando todo lo posible. Si nos paramos a analizarlo un poco, ¿cuál es el mal que hace esa niña? Supongo que a los que son padres les fastidia no ser capaces de controlar a los pequeños, o quizás el tener que cambiarlos de ropa, secarlos, y al estar todo el día constantemente detrás de ellos no son capaces de tener un ansiado y placentero respiro.

Pero lo que realmente creo que molesta a algunos malhumorados padres es que se pueda ser tan feliz con algo tan simple. De repente me entraron unas ganas locas de sumergirme en todos los charcos que encontrara.