Reproducción íntegra
del relato elaborado por José M. Ávila. 

(Cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia)
Martes día 14: ¡Nos vamos a Port Aventura, Ouh yeah!
Cogimos el día anterior los billetes + la entrada en la estación, ya que lo
vendían todo en el mismo pack, y para allá que nos fuimos en el tren de las
8:33. Lo de coger el hotel al lado de la estación sin duda es una gran idea, Jose
es un crack para estas cosas. Llegamos allí alrededor de las 9:40, el tren te
deja en la misma entrada del parque, aunque luego resulta que desde la entrada
hasta las taquillas tienes que andar un cuarto de hora. Ya había bastante cola
para entrar, y eso que no abrían hasta las 10:00.

El día no tiene mucho que contar, se resume en lo típico que uno hace cuando va
a un parque de atracciones: montarse en los sitios, andar mucho y pasar calor.
Nos hicimos alguna foto interesante que ya se encargará alguien de sacar a la
palestra, para escarnio de algunos y regocijo de otros muchos. La verdad es que
pecamos un poco de pardillos al no aprovechar las atracciones en las primeras
horas de la mañana, que es cuando menos colas hay.

Port Aventura definitivamente es un sitio que mola. La comida está bastante
bien para lo que es habitual en estos recintos, tanto en calidad/variedad como
en número de restaurantes, puestos y tabernas varias. Hay self services,
restaurantes caros, puestos de perritos/bocadillos/hamburguesas, puestos de
fruta (buenísima), la cerveza estaba fría… no se puede pedir más. La
ambientación y las atracciones propias del parque están bastante bien, aunque
de vez en cuando suspendían alguna por «problemas técnicos» sin mayor
explicación. Y luego está la masificación habitual de estos sitios, pero eso ya
difícil de solucionar. En la parte negativa: es muy, muy grande y la
distribución de las áreas temáticas provoca que haya que andar bastante para ir
de algunos sitios a otros. Tampoco iría mal algo más de
señalización/información sobre algunos aspectos, pero tampoco es para rasgarse
las vestiduras.

En general yo creo que probamos bastantes atracciones, cada uno dentro de sus
filias y fobias particulares. En las atracciones más fuertes no nos atrevimos a
montar ninguno, salvo Sergio que probó el Dragon Khan. Y luego está Guada, que
lo pasó realmente mal en los coches chocones. Yo me quedé con ganas de montar
en alguna de las infantiles, como los potrillos, que se me quedaron mirando con
cara de pena, pero hasta en esas había que esperar. No pudimos repetir ninguna
atracción.

En resumen, yo no soy un gran fan de estos sitios y me lo pasé bastante bien,
así que creo que la nota final es muy buena. Volvimos a Barna en el tren de las
22:09, entre paisajes de industrias petrolíferas y ciudades dormitorio.
Llegamos al filo de la medianoche, cansadetes tras tres días seguidos de mucho
trajín. Nuevamente nos congratulamos de que Jose elija siempre el hotel más
cercano a la estación.

Como este día ha sido algo más corto que el resto, vamos a hablar un poco del
hotel: Expo Hotel Barcelona. Por fuera se ve un tanto viejo, pero por dentro es
otra cosa, está todo nuevísimo y se nota que lo han remodelado hace nada. Tiene
9 plantas y en el ático hay una piscina y por las noches una terraza Chill-out.
Chill-out viene a ser un sitio con asientos muy modernos donde no te ponen nada
de comer y te cobran una barbaridad por cualquier bebida. No mola.

Como ya hemos dicho, la situación es muy buena porque está enfrente de la
estación de trenes de Sants. Sants está en obras por algo del AVE, y la verdad
es que estaban todos los alrededores patas arriba. Trabajaban en la obra 24
horas al día, así que de noche también había ruidos, tanto de la obra como de
una especie de generadores que había por allí. De todos modos, los ruidos de la
obra y el generador afectaban más a la habitación de Jose y Guada, que era la
que daba hacia esa zona. A mí me afectaban más los ruidos que venían de la cama
de al lado.

Debajo del hotel había un hipermercado Esclat, que nos resultó bastante útil a
la hora de comprar desayunos y comidas para el día siguiente. De recuerdo,
aparte de los botecillos de champú y gel que se lleva todo el mundo, nos
trajimos un par de pantuflas del hotel. Pero las mías las tuve que robar de la
suite de Sergio, porque los muy lerdos solamente pusieron en la nuestra un par.
Suerte que la de Sergio también era habitación doble, y en su hotel sí sabían
contar hasta dos. Por algo era un 5 estrellas.
(continuará…)