Reproducción íntegra
del relato elaborado por José M. Ávila. 

(Cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia)
Sábado día 11: Llegamos a eso de las 17:30, la estación
es un puto caos, encontramos la salida y llegamos al hotel que estaba justo
enfrente. Después de colocar las cosas y demás salimos a dar una vuelta hasta
Plaza Espanya y vemos el espectáculo de las fuentes (muy chulo) que empieza a
las 20:45 todos los días.
 Después vamos a cenar a un Pans & Company
lamentable. Un truño como un puño. El camarero era italiano y además la terraza
la cerraban a las 22:30 con lo que encima hubo que darse prisa. No volveremos a
pisar un Pans.

Domingo día 12: Desayunamos unos croissants y vamos a recoger a Sergio a
la estación, que llegaba a media mañana. Deja las cosas en nuestra habitación
hasta que le den la suya ya por la noche. Vamos por la mañana al Barrio Gótico,
o casco antiguo de Barcelona, si le queremos llamar así. Plaza Sant Jaume,
Generalitat, Ayuntamiento, Catedral.

La Catedral
es un recinto bastante interesante, con un claustro muy bonito y unas fuentes
donde nadaban alegres unos especímenes avícolas que no supimos distinguir si
eran ocas, gansos o cisnes. Tras recorrer el claustro nos metemos en la Catedral en sí. A Sergio
le echaron la bronca por mantener una postura indecorosa en misa. Se le ocurrió
sentarse en un banco y cruzar las piernas sin acordarse del boquete que tenía
en la entrepierna del pantalón. Una señora lo vio y le dijo que esa no era
forma de estar en la casa del Señor.

Tras este incidente salimos por la puerta principal de la Catedral, nos detenemos
un rato intentando despegar a Guada de los puestos callejeros que había por
allí, y nos dirigimos al parque de la Ciutadella, cruzando el barrio del Borne (donde
entre otras cosas está la
Catedral de Santa María del Mar, la del libro). Estamos un
rato en el parque, no demasiado porque se nos echaba encima la hora de comer,
pero el suficiente para darnos cuenta de que era enormemente enorme. Comemos en
un restaurante griego que había a la entrada del parque. Will, a quien le
encanta conversar con todo el personal de hostelería en cualquier sitio aunque
no entiendan ni la mitad de que les estás diciendo, hizo buenas migas con la
camarera, griega pura de oliva (el resto eran paquistaníes), que le aconsejó un
postre típico de allí, el Kafaidi. Por lo visto estaba bastante bueno -el
postre- pero yo no lo probé porque tenía el tamaño aproximado de un dedal, y me
daba corte. En cualquier caso, no creo que ninguno repitamos la experiencia.


La tarde la dedicamos por entero a Montjuic. Subimos en teleférico a la montaña
(7,50€, los muertos del teleférico), y allí vemos el castillo de Montjuic, muy
potito, y disfrutamos de las vistas de la ciudad. Todo lo que recuerdo es que
hacía un calor del carajo. Después ya decidimos bajar toda la montaña andando,
y visitar todo lo que hay por allí. Llegamos al recinto olímpico y al estadio a
eso de la media tarde. Después de estar un cuarto de hora rebuscando un hueco
entre las vallas de la obra para echar una foto al interior, nos damos cuenta
de que un poco más abajo está la puerta principal del estadio, y además estaba
abierto (OWNED!).

El caso es que tienen allí un bar-terraza muy cuco donde uno se puede tomar una
hiper-granizada mientras se asoma al campo. Visitamos también, esta vez de uno
en uno, los lavabos del estadio, donde Sergio plantó un pino olímpico que
estuvo muy cerca de batir el récord mundial (temblaron los cimientos y la
montaña por un momento se tornó volcán en erupción). Después tardó tanto en
volver que comenzamos a especular si se había quedado dormido en el trono, porque
se había levantado a las 4:30 de la mañana para coger el avión desde Málaga y
se le veía bastante perjudicado. Pero finalmente apareció con una enorme
expresión de felicidad en el rostro, y pudimos reemprender la marcha.


Pasamos delante del resto de instalaciones olímpicas, una torre muy surrealista
de Calatrava que parecía un ovni, y llegamos al Poble Espanyol a eso de las 19
horas. El Poble Espanyol es un recinto razonablemente extenso donde han
construido la réplica de más de 100 monumentos, edificios y rincones singulares
de la geografía española. De Cáceres había 6 o 7 cosas. Recuerdo la casa de los
Solís, el Palacio de los Ovando, el de los Golfines de abajo, etc. La verdad es
que estaba todo bastante bien hecho, excepto el Arco de la Estrella, que era infame.
Encima lo tenían medio escondido. Cuando acabamos de recorrer el Poble
Espanyol, bajamos al pie de la montaña (Palau Nacional, fuentes, Plaza Espanya)
y contemplamos de nuevo el show de las fuentes, que Sergio no lo había visto el
día anterior. Se emocionó mucho. Sin en cambio, el verdadero show estaba aún
por llegar.



De camino al hotel (10-15 minutos andando desde Plaza Espanya) paramos a cenar
en un chino. El cielo amenazaba lluvia, y poco antes de terminar la cena
comienza a descargar. En 5 minutos se monta una tormenta espectacular y empieza
a soplar un viento fortísimo. Cuando quisimos salir, nos dimos cuenta de que no
conseguiríamos llegar vivos a la acera de enfrente. Decidimos esperar en el
hall del restaurante a que la situación se normalizara, pero todo fue a peor.

En poco tiempo el agua en la acera alcanzaba un palmo de altura, y comenzaban a
rodar por la carretera ramas de árboles arrancadas de cuajo. Comienza a entrar
gente bastante extraña en el restaurante, refugiándose del tifón. Un tío sin
camiseta completamente empapado que hablaba a voces entró y salió 3 veces
seguidas. Un tipo ya más cerca de los 40 que de los 30 con pinta de gay nos
preguntaba si después íbamos a ir al Space,
una discoteca que había justo enfrente del restaurante. Nosotros no mostrábamos
demasiada intención de iniciar una conversación, pero el tío siguió hablando.
Decía que el Space estaba
«bien» pero que no era muy «para gente de su edad». Poco
después se fue la luz. Nos quedamos completamente a oscuras los 5 en el hall de
un restaurante chino con 3 pijos barceloneses, un tipo con pinta de gay, el
acompañante del tipo con pinta de gay, un tío sin camiseta que entraba y salía
continuamente, y los empleados del chino pululando por allí y hablando cosas
muy raras (en chino, claro).

El que parecía el jefe del restaurante llevaba una camisa azul y el tipo sin
camiseta lo llamaba «Juan», no sé si cariñosamente. Juan se enfadaba
de vez en cuando porque los que estaban en la puerta armaban mucho jaleo. Poco
después volvía la luz, pero la tormenta seguía fortísima y era imposible salir.
Luego llega un tipo con camiseta rosa, que parecía que acababa de salir
directamente vestido de la piscina, y que tenía pinta de ir bastante chungo. Se
puso a discutir con el que no llevaba camiseta porque no se qué historia de la
moto o del coche. Estaba claro que se conocían. Juan ya se cabreó del todo, y
echó al de la camiseta rosa, pero éste no se lo tomó del todo bien. Reaccionó
agresivamente y el que no llevaba camiseta hizo de negociador echando a su
amigo fuera («estás aquí liándola por la cara»). Se acabaron yendo
los dos, y el resto nos quedamos allí esperando a que amainara algo el
temporal. Un rato después el tifón se transformó en tormentilla de verano, y
decidimos salir de aquel antro a la carrera. Apenas estábamos a 200 metros del hotel,
corrimos y llegamos a la puerta, unos más mojados que otros.

Y faltaba todavía que a Sergio le dieran su habitación. Era cerca de la
medianoche, y ya no estaba el recepcionista de por la mañana, que obviamente no
se había acordado de darle la habitación a Sergio como le prometió, el muy
gañán. En su lugar estaba un recepcionista veterano, y una recepcionista guiri
que respondía «sí» a todo lo que le decías. Le dicen a Sergio que no
quedan habitaciones libres en el hotel, porque tenían overbooking, pero que le
iban a dar una en el hotel de enfrente (Torre Catalunya), que era mejor que el
nuestro porque tenía 5 estrellas. Su habitación, resulta que era más grande que
el piso que tienen en Salamanca. 

 Era la 1415, en la planta 14 de un total de
23. Yo jamás había estado en una habitación de cuatro cifras. Tenía unas
espectaculares vistas al Palau Nacional y a las fuentes de Plaza Espanya, y en
los pasillos había unas máquinas automáticas de hielo muy graciosas. Ponías la
mano debajo del sensor, y comenzaban a caer cubitos de hielo jujujuju. A Sergio
le llevaron al otro hotel por un pasadizo secreto, acompañado por un vigilante,
así que no quisimos saber nada más, y decidimos descansar para el día siguiente.

(continuará…)