del relato elaborado por José M. Ávila.
(Cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia)
Ramblas y el paseo de Gracia. Acudimos a desayunar a un Dunkin Donuts que ya
habíamos avistado el día anterior delante de la parada de metro del Liceu
(justo en mitad de las Ramblas). Devoramos unos donuts y luego visitamos el
mercado de la Boquería,
que estaba al lado, todo un paraíso para los sentidos. Después emprendemos el
camino rambla abajo hasta el puerto y la estatua de Colón, y después
re-recorremos las ramblas en sentido Plaza de Catalunya. Por el camino
visitamos un bar muy chulo, el Bosc de les Fades, que estaba vacío porque eran
las 12 de la mañana pero que se podía visitar igualmente, y también una plaza
cuyo nombre ahora no recuerdo. Todo adyacente a las Ramblas.
Las Ramblas son sitio muy peculiar, con mucha vida, atestado de gente a todas
horas, y con multitud de puestos de flores y variopintos personajes a lo largo
del paseo. Gente que te hace retratos, kioscos, artistas callejeros, mimos,
etc. Llegamos a la
Plaza Catalunya, visitamos un FNAC que hay por allí, y luego
estamos hasta más de las 15:30 en el Corte Inglés, un Corte Inglés igual que
todos los Corte Inglés que hay en España. Entre medias pudimos asistir a una
redada en plena Plaza contra los top manta, que se ponen en filas de 10 o 12 y
salen corriendo en cuestión de 5 segundos con toda la mercancía en cuanto ven a
un poli. Los polis van de incógnito y solamente pillan a uno o como mucho dos
en cada redada. Un espectáculo pintoresco. Famélicos perdidos escogemos un
sitio para comer, de entre las varias decenas que hay en Plaza Catalunya y
alrededores. Nos metemos en el FrescCo, una franquicia de buffets libres que
sería uno de los grandes descubrimientos de la semana.
El sitio este es la polla en escabeche. Entras directamente a la cola del
buffet, coges la bandeja y los platos y te encuentras con una barra con por lo
menos 25 ingredientes diferentes, supuestamente para hacerte una ensalada, pero
luego realmente lo que haces es amontonar todo en dos platos y que salga lo que
Dios quiera. Hay lechugas de todo tipo, verduras de todos los colores,
legumbres, aceitunas diversas, atún, maíz, alcaparras, frutos secos, cosas que
no se sabía lo que eran, yo que sé… así hasta 25 o 30 cosas diferentes. Luego
puedes echarte salsas, aceite, vinagre y esas cosas, y finalmente llegas a la
caja, donde te dan la bebida, pagas (8.30 la comida y 9.90 la cena) y te buscan
asiento.
Después hay otras dos zonas de buffet libre, una de platos calientes, con
pizzas, pasta, salsas, sopas y demás, que se supone que hacían las veces de
segundo plato. Y por último otra zona de postres con macedonias, frutas,
máquina de café, algún dulce, y otra máquina en la que te podías echar o helado
de chocolate o yogur (buenísimo, excelso). Puedes repetir todo lo que quieras
cuantas veces quieras, incluida la bebida. Allí se veían escenas antológicas.
Alguno se pasó de frenada al servirse los primeros platos: montañas de
vegetales, literalmente. Aunque en un sitio como éste es normal. Lo que no es
tan normal es sobrar medio plato, es decir, media montaña de comida, y
colocárselo a la de la mesa de al lado, que se acaba de ir. Nos fuimos con
ganas de repetir otro día, una pasada.
Después de la comilona, que no terminamos antes de las 5 de la tarde, tocaba
recorrer el paseo de Gracia, que aparte de ser una gran avenida alberga dos
obras fundamentales de Gaudí, la casa Batlló y la casa Milá (La Pedrera). Las dos son
visitables, pero al no tener demasiado tiempo y resulta bastante caras, nos
decidimos por visitar únicamente La Pedrera. La casa Batlló la vimos por fuera, es
una fachada famosísima, y la verdad es que mola bastante. Después fuimos hacia la Pedrera, casi al final del
Paseo de Gracia, e hicimos cola durante casi media hora para coger las
entradas. Luego accedimos al edificio en sí. La parte visitable es la azotea y
los últimos pisos, aparte de la planta baja. Un sitio bastante sorprendente,
sobre todo teniendo en cuenta que no deja de ser un edificio de pisos donde se
supone que vive gente. La
Pedrera cerraba a las 20 horas, de modo que aún nos sobraba
tiempo para visitar más cosas y así ir aligerando la lista de tareas
pendientes. Fuimos a la
Sagrada Familia, y después bajamos por la Diagonal hasta la torre
Agbar.
La Sagrada Familia
es un lugar que no deja de sorprender cada vez que la visitas. En realidad es
un templo expiatorio, pero no sabemos lo que significa eso, aunque luego
descubrimos que no es el único. Nos suena a algo de chivos expiatorios. El caso
es que es muy grande, y tiene un cierto aspecto irreal. Choca el contraste
entre la parte construida hace un siglo, con la piedra ya oscurecida y las más
recientes de blanco impoluto. Cuesta imaginar el tamaño de la obra completa,
sabiendo que las 8 torres que de momento están construidas son las más bajas de
las 17 que están proyectadas. Por allí vimos carteles que decían que la fecha
prevista de finalización es en 2020, que viene a ser casi siglo y medio después
de que pusieran la primera piedra. Es fácil perderse en detalles así que mejor
no extenderse demasiado. Cuando esté acabada iremos a visitarla, por supuesto.
Llegamos anocheciendo a la torre Agbar, que es ese edificio con forma de falo
gigante que por la noche se ilumina de colorines. Nosotros no vimos ninguna
iluminación extraordinaria, y además está situado en una zona bastante fea, así
que no paramos demasiado tiempo allí. Fuimos a cenar de nuevo en los
alrededores de Plaza Catalunya, esta vez a un restaurante que se llamaba Happy
Grill o algo parecido. El sitio y la comida molaban, pero debían tener el aire
acondicionado estropeado, y hacía un calor insoportable. La cerveza estaba
caliente, y eso no se lo perdono. Nos atendió una camarera súper borde, mezcla
entre rusa y rumana, que cuando decía algo parecía que estaba enfadada y te
quitaba las ganas de preguntarle más cosas. No estuvo mal la cena, pese a todo.
Volvimos al hotel sin entretenernos demasiado, porque al día siguiente tocaba
madrugar.