Mientras buscaba unos papeles de la carrera en casa de mis padres me he encontrado con unos apuntes de inglés. Lamentable, recordé, el nivel exigido del idioma de Shakespeare en mi facultad era paupérrimo. Sólo baste decir que el pasado del verbo “to be” era la lección veintitantos. Creo que ese año olvidé todo lo aprendido en el colegio, la involución, que dirían algunos. Llegábamos a la clase de turno con una tensión increíble, donde realmente se aprendía inglés, pero a costa de pasar unos sudores que ni en una sauna.

Un “personaje” que recuerdo perfectamente de mi etapa del colegio, hace ya unos lustros, era el Padre Tomás, profesor de historia, que escribía y escribía en la pizarra sus interminables esquemas “resumen” de cada tema del libro. Es un tipo peculiar, y lo demuestra sobretodo en los exámenes, recorriendo los pasillos entre pupitres taconeando en el suelo, o tarareando entre dientes alguna melodía, o ya directamente tocando el xilófono en el fondo de la clase…

Los mayores tienen razón, y punto. Volviendo al hilo del inglés, mi tío Nicolás se empeñaba en que teníamos que aprender idiomas. Él había estudiado francés, pero debió ver que ahí no había ningún futuro, así que en su casa de repente encontrabas cursillos de inglés por todas partes… ¡hasta en vinilo! Si no aprendes idiomas no llegarás a ningún sitio, venía a decir.

Esto a ciertas alturas (por no decir edades) se entiende perfectamente, pero díselo tú a un chaval de 12 años que lo único que quiere hacer en la vida es coger la bici y darse una vuelta por ahí, a destrozar zapatos utilizándolos de primitivo sistema de frenado para no empotrarse con una pared. A él le agradezco el regalo que nos hizo a todos los sobrinos. A cada uno nos compró una enciclopedia, la Gran Espasa-Calpe. Debo reconocer que no sé ni cuántos tomos tiene, deben ser algo más de cien, pero ocupan casi toda una pared del despacho de mi casa. Supongo que se debió dar por vencido de que estudiáramos algún idioma, y pensó en algún tipo de venganza para que nos acordáramos toda la vida de él… y vaya si lo hizo, ya que una pesada broma es decir muy poco, por mucho que lo de “pesado” sea literal.

Mi abuelo Fernando también ha influido en mi vida una barbaridad. Tenía sus manías, como cuando veíamos un partido de fútbol, él animaba al que iba ganando, era más chaquetero que Figo. Si le preguntabas cómo iba un partido, no decía nada, se limitaba a cruzar sus dedos índices señalando una X. Me acuerdo de haber entrado mil veces en la cocina, y allí estaba él, haciendo gimnasia, a sus 90 años. Era la persona más ágil, de avanzada edad, que he visto nunca. Todos los días salía a la terraza a pasear. Es cierto, nuestra terraza debe medir unos 15 metros, y él se pasaba las tardes recorriéndola de un lado a otro. Decía que no le gustaba ir a pasear a Cánovas porque allí sólo había “viejos”, y que no le seguían el ritmo. De él he “heredado” el dormir con la radio encendida (walkman, discman, televisor, ordenador, mp3, mp4, PSP o similar), ya que hemos compartido habitación durante bastantes años, y siempre se dormía con la radio a toda pastilla entre sus manos, así que acabé por acostumbrarme a escuchar “Supergarcía”. Por cierto, un saludo a todos mis “camaradas”.