Casi se podía ver el humo salir de su cabeza, como en un complejo engranaje viejo y oxidado que quiere ponerse en marcha. Acostumbrado con mucho al gris, pareció intuir un leve atisbo de color.

Y por fin al día siguiente amaneció feliz, lloroso, con el hambre y la inquietud de quien acaba de arrancarse una tortuosa venda de los ojos.