Ayer falleció Juan Antonio Samaranch. Imagino que a estas alturas ya lo sabe todo el mundo. El pasado domingo, tras ver la final de tenis del torneo de Montecarlo entre Nadal y Verdasco, se sintió indispuesto y acudió a urgencias por su propio pie, acompañado de su hija y de su pareja. Poco después le dio una parada cardiorrespiratoria e ingresó en la UVI en estado muy grave hasta el mediodía de ayer.
Probablemente esta noticia haya mantenido el interés de miles de personas anónimas, con un terrible sentimiento de tristeza y comprendiendo que su hora llegaría cualquier día cercano. En la retina de todos nosotros quedará su mayor logro, la concesión de los Juegos Olímpicos de Barcelona en el año 92.
Esta mañana se ha celebrado un acto institucional previo a la apertura al público de la capilla ardiente de su antecesor, instalada en el Palau de la Generalitat, sede del gobierno regional de Cataluña en Barcelona. Juan Antonio lo tenía todo preparado para este día. Le había confesado a su hija varios detalles que ella cumplió a modo de últimos deseos de su padre. El féretro fue cubierto con la bandera olímpica, sonó el himno que José Carreras y Sarah Brightman cantaron en Barcelona’92, “Amigos para siempre”, y hasta la fotografía que presidía junto al féretro la eligió él. Personalidades de todos los ámbitos, amigos y familiares han dado su emotivo y elogioso adiós a Juan Antonio Samaranch, en una ceremonia en la capilla ardiente que ha finalizado con esta composición y con una fuerte ovación al que fuera presidente durante 21 años del Comité Olímpico Internacional.
Descanse en paz