Reproducción íntegra
del relato elaborado por José M. Ávila. 

(Cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia)

Jueves día 16: … lago neeegro, lago blancooo
El día amanece vestido de un gris plomizo, no pinta bien la cosa. Desayunamos
en el bar que había al lado del café de la apatía. Lo podíamos haber
descubierto allí, porque allí por fin pudimos olvidarnos de los
micro-croissants barceloneses y comernos unas tostadas de las de toda la vida.
Ese día se marchaba Sergio a media tarde, así el plan era visitar el Tibidabo
por la mañana, comer, acompañar a Sergio hasta la estación y luego por la tarde
especular, según como estuviera el tiempo.

El Tibidabo es una montaña que resguarda a Barcelona por la parte Oeste.
Digamos que la ciudad está situada entre el Tibidabo y el mar. Es bastante más
alta y grande que Montjuic. Para subir hasta arriba que hay atravesar una
verdadera odisea sobre raíles. En primer lugar, hay que coger el metro/tren
(FGC) hasta el pie de la montaña. Cuando llegas allí, tienes que subir en el
Tranvía Blau (tranvía azul) hasta la mitad de la montaña aproximadamente, que
es donde se coge después el funicular que te lleva hasta arriba del todo.
Llegamos arriba del todo y empieza a caer una tormenta bastante considerable,
así que tuvimos que esperar un rato a que amainase. En lo alto del Tibidabo,
aparte de las mejores vistas de Barcelona, hay un montón de cosas.

En primer lugar, está el templo expiatorio del Tibidabo. Una iglesia, basílica,
o lo que fuera, bastante bonita por fuera, algo menos por dentro. Pero que
además tiene en la parte superior otra capilla más pequeña, que se supone que
debía ser parte del mismo templo expiatorio. El caso es que es un lugar
totalmente independiente, situado encima del anterior. A un lado del templo
está la torre Collserola, que es una torre de comunicaciones que construyeron
para el 92 y que por lo visto es la construcción más alta de Barcelona.
Enfrente, un hotel con restaurante. Y al otro lado, dos parques de atracciones:
uno más moderno con su entrada independiente (no lo probamos, tuvimos bastante
con Port Aventura) y otro más cercano que está entre los tres más antiguos de
Europa. No hace falta pagar entrada, lo puedes recorrer de forma normal y
elegir si montarte en las atracciones de forma individual, a 2-3 euros cada una
me parece que era. Me pareció un sitio bastante pintoresco, con las montañas
rusas y las norias prácticamente al lado de un lugar sagrado tan espectacular
como el templo del Tibidabo. Puedes salir de misa y montarte directamente en
los troncos acuáticos.

Para lo mala que estuvo la mañana, todavía tuvimos suerte, porque se puso
nuevamente a llover cuando ya nos íbamos a bajar. Sergio quería coger el tren
de las 16:55 hacia el aeropuerto, así que no quisimos entretenernos demasiado.
Hicimos la ruta de vuelta funicular-tranvía-tren-metro y fuimos a comer
nuevamente al FresCo, con el mismo exitoso y placentero resultado que en la
ocasión anterior. Esta vez en la sección de platos calientes tenían un arroz
que estaba pa morirse. Y tripití el yogur de postre.

Antes de despedir a Sergio hay que mencionar el detalle que tuvieron en su
hotel. La noche anterior, al entrar, nos encontramos con que le habían dejado
en la habitación un sobre con su nombre (Sr. Rincón) con una carta de
despedida, una encuesta, y un paquetillo con 3 bombones. En el nuestro, que no
era 5 estrellas, solamente estaba la carta y la encuesta, ni sobre con nuestro
nombre ni bombones Por cierto, un detalle que no mencioné en su momento, el
baño de su suite era espectacular, con dos lavabos, W.C independiente del
lavabo, y con teléfono al lado del trono.

Ya con Sergio camino de Marbella, y viendo que el tiempo había mejorado y lucía
el sol, decidimos ir un rato a la playa playera. Nos encaminamos hacía allá a
eso de las siete y pico de la tarde. A mí no me gusta la playa, pero por Dios,
aquello es que ya no tiene nombre. Para empezar el metro te deja lejísimos, tú
te bajas en la parada de Barceloneta pero luego tienes que andar 20 minutos por
lo menos para llegar a lo que es la playa propiamente dicha. Y luego allí, un
mojón como un camión. La playa más sucia que he visto en mi vida, pero sucia
con avaricia, tanto la arena como el agua del mar. Will y Guada fueron los más
valientes y se bañaron; Jose y yo nos quedamos en tierra firme esquivando los
vuelos de las gaviotas a ras de suelo y las carreras de un chucho dando por
culo. Horror.

Huímos de allí en dirección al paseo marítimo, que tenía bastante mejor pinta.
Caminamos bastante rato hasta llegar a la zona de la Villa Olímpica, un
sitio bastante pijo con muchos locales, pero que tenía su encanto. Había
bastantes lugares para elegir la cena, y nos metimos en un mexicano que yo creo
que era el peor de todos. Craso error.

Tardaron mucho en servir y la carta de platos era extrañísima. Para empezar,
nos dieron cuatro cartas, una a cada uno, que NO eran iguales entre sí. Unas
tenían unas páginas que a las otras les faltaban. Así que si tenías suerte y te
tocaba la carta buena te podías pedir el burrito especial de la casa, pero si te
tocaba la carta mala tenías que conformarte con unas croquetas (?), alitas de
pollo (?) o lasaña (¿?¿?¿?). La comida no es que estuviera mala, pero psé.
También es verdad que los mexicanos a mí no me suelen llenar mucho. Lo único
bueno, la camarera mexicana, que era realmente eficiente, no tanto como Hans,
pero sí que se salvaba de la quema. Nos quedaba un largo recorrido hasta el
metro, así que sin más dilación salimos por patas de aquél lugar. Quedaba
todavía el Viernes, y el viaje a Montserrat.
(continuará…)